16.1.09

Frío

Desde ayer los suelos de la ciudad brillan y se apropian de las imagenes de los altos edificios y las copas de los árboles. He elegido mis botas para evitar que la humedad penetre por mis pies y llegue a mis manos; me he quitado los anillos y prefiero evitar usar metales; opto por la chamarra más suave y acogedora, como acomodándome en un capullo solo para mí.

En la calle hay muchos otros capullos; algunos de lana, de algodón y de poliester, todos en movimiento. Por algún motivo los espacios parecieran más grandes. No se oye tanto ruido como siempre, todos caminamos en los pasillos del metro apretando el paso y algunos mueven la cabeza al ritmo de música privada. Me pregunto que estarán escuchando y le subo el volumen a mi ipod. Sigo caminando, no quiero agarrar el pasamanos, seguro está helado.

De cuando en cuando se deja caer una lluvia sutil y fría que te moja los cabellos, desaparece pronto, pienso en la alarma de un despertador. Las parejas caminan muy juntas; en verano se toman de la mano y en invierno de la cintura, siento una especie de ternura cuando los veo acomodarse mutuamente los gorros, los cuellos de las chamarras.

Los cristales se empañan casi permanentemente al ritmo de las respiraciones, no puedo ver bien el paisaje ni el río de coches y camionetas que inundan las avenidas; más que el agua de la lluvia, los coches.La gente que platica caminando mientras el vaho huye de sus cuerpos. Creo distinguirlos.

Todos huímos a paso lento del helado viento y la lluvia-despertador. Nos refugiamos cuando podemos en tazas humeantes y procuramos estar cerca unos de otros, no solo por este frío.

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